Está claro que los pericos somos fieles a nuestros colores, porque no tiene demasiado sentido, desde un punto de vista práctico, seguir animando a un club que apenas gana títulos cuando se convive al lado de un imperio deportivo que cuenta cada año con algunos de los mejores jugadores del planeta. Si no hemos dado el salto hacia el "tot el camp és un clam" a pesar del bombardeo constante por parte de los medios de comunicación catalanes tanto públicos como privados, es porque tenemos claro que primamos el seguir apoyando a nuestro club, que el disfrutar de la gloria que da el conseguir trofeos.
La generación perica que ha vivido la travesía desde Sarrià hasta Cornellà-El Prat ha padecido dos descensos, el post-Leverkusen y el que sufrimos en los primeros años de presidencia de Perelló Picci, y no se nos ocurrió pasarnos al club del otro lado de la Diagonal. Al contrario, nos sentimos reafirmados en nuestra fe mientras disfrutábamos de rivales como el Sestao, el Burgos, el Sestao o el Castilla. No hemos tenido una vida fácil, pero siempre hemos estado al lado del club, tal y como se vio en dos partidos muy difíciles de nuestra historia reciente, el del Murcia y el de la Real Sociedad, en los que nos jugamos la permanencia en el último suspiro.
Por suerte, la moneda cayó, en todas estas ocasiones, de nuestro lado. Pero el estadio estaba lleno en estas dos ocasiones, con más de cincuenta mil espanyolistas en las gradas. Recuerden alguna que otra promoción en que no conseguimos llenar a reventar Sarriá. Ni regalando entradas. En el Olímpico sí se logró. He ahí la diferencia.
Por no hablar de la temporada del milagro, en la que el "Tots junts podem" se mostró mágico para evitar un descenso que parecía cantado, y que amenazaba con condenar el estreno de Cornellà-El Prat con partidos de Segunda División. Nuestra fidelidad, que nos llevó a mover a miles de pericos por todos los campos de España, tuvo el premio de la permanencia. Pero fue la fe de los espanyolistas la que empujó al equipo, liderado por un Pochettino corajudo y un De la Peña genial.
Esa fidelidad es el gran activo del club. Por encima de dirigentes que a veces lo hacen bien, y a menudo mal. De jugadores que muchas veces no dan la talla. De entrenadores que dan una de cal y una de arena. La pasión y la constancia de la grada, que renueva, que paga, que llena el campo cuando hace falta y que nunca deja solo al equipo, es lo mejor que tenemos. Y es la mejor prueba que el Espanyol es un club sólido, que ha resistido 111 años a un imperio deportivo que lo ha devorado todo. Y lo que le queda por aguantar, porque nadie podrá con nosotros.