Nunca me he escondido de ser del Espanyol. Desde bien pequeñito la gente sabía que era íntegramente del RCD Espanyol. El abuelo, el padre, los hijos. Todos habían sido, y serían siempre del Espanyol. A ellos no les hacía falta ganar para rescatar su camiseta blanquiazul y llevarla por la calle. No, ellos se la ponían siempre, independientemente de si su equipo ganaba o perdía, como era en muchos casos. Siempre había las típicas bromas, la rivalidad sana que tiene que haber para que el ambiente esté distraído, pero me atrevo a afirmar que a nadie le parece mal que haya un espanyolista. A nadie, mientras no hagas ruido ni alces la voz, para que el sentimiento espanyolista salga a flote.
Por eso me hace gracia, y a la vez me alaga y da fuerza a mis argumentos, que haya gente que se ponga solamente la camiseta de su equipo el día después de ganar un clásico, o saque la bufanda para ver un único partido, o que presuma cuando no ha ido en su vida a ver un partido de fútbol o que propine improperios sin ton ni son cuando se acerca el derbi.
Por eso me hace gracia, y a la vez me alaga y da fuerza a mis argumentos, que haya gente que se ponga solamente la camiseta de su equipo el día después de ganar un clásico, o saque la bufanda para ver un único partido, o que presuma cuando no ha ido en su vida a ver un partido de fútbol o que propine improperios sin ton ni son cuando se acerca el derbi.
A cinco días vista de nuestro gran partido en Cornellà, no me atrevo a predecir una victoria blanquiazul; sería mágico, pero no lo puedo asegurar. Lo que sí que aseguro es que, se gane o se pierda, yo seguiré siendo y diciendo que soy del Espanyol y luciré mi camiseta cuando me dé la gana, sin que me haga falta una tarde de gloria para salir a la calle de blanquiazul.
Señores, vuestro odio me hace más fuerte.